El rugby te hace grande


Los golpes duelen, es cierto. "¿Para qué nos caemos? Para aprender a levantarnos". Hay tantas frases de películas o series que podría utilizar, que me cuesta quedarme sólo con una. También me cuesta centrarme. Será por tantos golpes en la cabeza. Es lo que tiene ser delantera. El caso es que el motivo principal de mi adoración por el rugby  a pesar de que a tanta gente le escandalice su supuesta violencia, es la compleja alegoría que presenta sobre la vida.


Escoges una meta y te guías por ella. La línea de ensayo te espera al otro lado. Todos tus pasos, aunque a veces se desvíen, pretenden acercarte a tu objetivo. Puede que la acumulación de rivales, de circunstancias, hagan que corras de lado, incluso que alguna delantera tocha te asuste lo suficiente como para recular... Pero si tienes claro dónde están los palos, al final encaminarás tus pasos de nuevo.



Chocas, duele, te tropiezas, caes, te quemas rodillas y codos, alguien más pesado que tú te aplasta, apenas puedes moverte... Pero te pones en pie. Pisas el balón, lo pones en juego con un Play the Ball y vuelves a intentar pensar. Delante de ti, manchas de colores irreconocibles. Por detrás, el mismo azul que el tuyo. Azul Custodians. Caras que reconoces con gestos que no acostumbras a ver en ellas. Son tus hermanas en la batalla, tu motivación, tus espuelas y tu combustible. Siempre ahí, siempre apoyándote.



Al igual que en la vida, te ves en la tesitura de tomar decisiones en cuestión de segundos. Estás encerrada y eliges entre la mejor o la menos mala de las opciones. A veces aciertas y vueltas alto. Otras te equivocas y das con los huesos de nuevo en el suelo. Pero nunca, jamás, dejas de levantarte. Porque supondría dejar a tus compañeras sin una más en el campo.



Aguantar. Romper. Avanzar. Seguir. Apoyar. Sufrir. Ensayar... Reír. Porque en el campo, en la vida, pese a todos los esfuerzos, puede alcanzarse fácilmente la alegría. Tras los moratones, las rozaduras, las agujetas y los pisotones hay un chute brutal de endorfinas y serotonina que encharca nuestros maltrechos cuerpos al igual que la cerveza del tercer tiempo. Disfrutas. Juegas. Hablas con el rival. Le elogias. Le censuras. Le aconsejas. Abrazos. Bromas. Risas. Fiestas. Y al día siguiente, con resaca, agujetas y cientos de heridas, sonríes al recordar el día de ayer. Y deseas que el próximo partido llegue lo más pronto posible. Por mucho que pueda llegar a doler...

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