Entradas

Mostrando entradas de mayo, 2010

Seguir corriendo

Imagen
Llevo toda la semana itentando imponerme una rutina. A pesar de las altas horas a las que me acuesto,el despertador me da un primer aviso a las 8:30, para que pueda acordarme de ti... O más bien para que pueda hacer que me recuerdes. Para cuando lo haces, yo ya había vuelto a dormirme, pero me encanta depertarme "contigo". El siguiente toque de aviso es a las 9:30. No suelo hacerle más caso que el necesario para aplazarlo diez minutitos más. Y otra vez. Y otra... Me dan las 10. Entonces me levanto, me quito las lentillas y me visto. Pancho ya suele estar rondando por ahí para pedirme que le saque. Suelo hacerme un poco de rogar, pero al final cojo alguna fruta y le pongo la correa para salir (a Pancho, no a la fruta). Damos siempre la misma vuelta, cruzándonos con vecinos que hacen comentarios jocosos por el corte de pelo del perro o por mi indumentaria. Normalmente les ignoro. O respondo ese tipo de frases que quedan bien con cualquier pregunta o comentario: "Sí, seguro

I don't know

Apoyó ambas manos sobre la fría piedra. Cerró los ojos. Podía sentir cada grieta, la fuerza, la dureza... Comenzó a ejercer presión sobre ella poco a poco. Sus pies se enterraron en el fango a medida que aumentaba su empuje. Al cabo de un momento descubrió que a la fuerza jamás la movería. ¿Había avanzado? Bueno... Al menos sabía que había algo a lo que no podría recurrir. Sin separar sus manos de la roca, las deslizó por toda la superficie a la que era capaz de llegar. Buscaba grietas más grandes, imperfecciones, rendijas... Buscaba algún resquicio que le indicase tanto un punto débil como un resorte escondido capaz de mover aquella inmensa piedra ante ella. Pero no encontró nada. ¿Había avanzado? Sólo había comprendido lo duro que sería. Era el momento de intentarlo con las palabras. La magia era poderosa en aquel lugar. Pero había tantas combinaciones... Podría pasarse toda la vida recitando las palabras en distintas posiciones, de diferentes maneras, de forma que nunca sonasen igua