A pedacitos...

Cada día duermo un poco menos, un poco peor... Cada mañana me levanto más cansada que la noche anterior. Esto está acabando conmigo, me está destrozando en millones de pedacitos chiquitines que me van a dejar sin cuerpo y, en el peor de los casos, sin alma. Necesito salir de aquí ya. Necesito volver a mi cama, a mis paisajes de veinticinco tonos distintos de verde, a los paseos a solas por la zona vieja de la ciudad... Necesito un descanso, un respiro para volver a empezar a luchar. Pero no hay descanso, el recorrido que llevo en mi vida me ha enseñado que los refugios no funcionan más que durante un breve lapso de tiempo. Luego se anegan, se derrumban, se agrietan... Se vuelven más inseguros que el salvaje exterior. ¿Y entonces qué? Entonces quedan dos opciones: o reparas cada fisura una y otra vez mientras tus fuerzas aguanten o te vas y dejas que otra caiga en el error de refugiarse durante la tormenta y encuentre todo como tú lo has dejado: hecho una mierda.

Pero no hay esa opción cuando quien decide es el corazón. Porque aunque el apego sea un error, es el que siempre cometo. Y seguiré cometiendo... Hasta romperme de nuevo y no por última vez.

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